Viaje a la independencia emocional
Patricia Ros
El sujeto llega a este mundo como un ser absolutamente dependiente y esta dependencia va a condicionar su andadura posterior. Antes de que pueda andar por sí mismo, comer solo, o expresar lo que quiere, piensa y siente, transcurrirán muchos meses.
Su imagen se construye siempre a expensas de otra imagen: la que sus progenitores le proyectan sobre sí mismo. La adolescencia, etapa fundamental del desarrollo, es también la gran oportunidad para la separación definitiva de estas imágenes ortopédicas que han servido de andamio y sostén en la construcción de la personalidad del individuo. A semejanza de una crisálida, el adolescente en construcción deviene sujeto adulto tras la metamorfosis definitiva.
Pero no es fácil conseguir una separación pura -de hecho, no hay nada puro ni perfecto en el ser humano- y algunas de las algias y ansiedades acumuladas durante el período infantil y prepuberal podrían formar un lastre que condicionara de manera profunda nuestra vida y nuestras relaciones adultas.
Uno de los lastres más pesados (y frecuentes) es la dependencia emocional: la necesidad de ser a través de los ojos del otro, de las verbalizaciones del otro, de la conducta del otro hacia nosotros, de su aprobación y bendición. Un otro que en la niñez tomó cuerpo en nuestros padres pero que en la edad adulta puede estar encarnado en una amiga íntima, en una figura de autoridad, en un colega profesional, en una pareja, etc.
En esta época de verano en que los viajes inspiran y me inspiran para escribir este artículo, pienso que la distancia física nunca arregla o consigue vencer las dependencias emocionales, a diferencia de lo que muchos opinan.
Si bien es cierto que estos viajes a lo largo y ancho del planeta nos distraen, nos alegran, nos relajan y emocionan , el verdadero viaje es el descubrimiento de uno mismo sin andamiajes, sin medias verdades, sin el filtro de lo que otros opinan de nosotros, sin las aprobaciones paternas, maternas o externas.
Un viaje hacia el descubrimiento de nuestro deseo, sea el que sea, sin condicionamientos, sin culpa, sin ataduras y, por tanto, en absoluta soledad. Estamos solos frente al deseo y nuestro deber es llevarlo a cabo si queremos ser felices. El deseo nos impulsa, nos aleja del sufrimiento y de las repeticiones mortíferas.
Pero ese deseo sólo aparece cuando conseguimos levar el ancla de las dependencias emocionales. Es decir, en el momento en que nos aprobamos como personas, nos perdonamos y perdonamos a los que nos criaron porque ellos también fueron víctimas de víctimas; en el momento en que somos capaces de relajarnos frente a nuestros errores y los corregimos sin castigarnos por ellos; y cuando nos tratamos con amabilidad y cuidamos de nosotros mismos.
Solo entonces podremos partir hacia las relaciones amorosas no dependientes, hacia las relaciones igualitarias, equilibradas y libres.
Cuando yo me conozca, me apruebe y me valore podré decir que he iniciado un gran viaje al centro de mí mismo, un viaje que no culmina nunca, puesto que las repeticiones, los errores y nuestras propias limitaciones nos recuerdan eso: que somos seres humanos imperfectos, y…menos mal!