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El niño araña

El niño araña   

Cuando el niño oyó girar las llaves en la cerradura de la puerta de la calle, levantó los ojos del cómic y se quedó quieto. Tan quieto que Spider-Man, que estaba a punto de saltar desde una azotea, al ver que el niño no pasaba la página, giró la cabeza hacia su pequeño lector y esperó atento. El dedo del niño se había detenido en las viñetas del centro de la página.

En la planta baja, un portazo y el sonido metálico de las llaves arrojadas sobre una bandeja de acero. Arriba, nada se movía en la habitación, excepto el pulso acelerado del niño, que ahora escuchaba correr el agua de la cisterna del baño que había bajo la escalera.

El niño se subió a la cama y levantó la persiana de la ventana muy despacio. El cristal se empañó. Por si acaso, al llegar a casa, se había puesto el pijama rojo. Por si acaso. No podía adivinar qué día volvería el monstruo; lo que sí sabía era que lo haría antes de que mamá llegara del trabajo. Solo una vez ella llegó primero y el monstruo apareció más tarde. Fue una noche, mientras él y su madre cenaban en la cocina y ella le dijo: “Dale un beso, cariño, que hace muchos días que no lo vemos”. “Vamos, ¿qué te pasa?”, insistió ella, y él susurró: “Huele mal”. Entonces, mamá le dio una bofetada.

Spider-Man seguía en guardia mientras el niño bajaba de la cama, volvía de puntillas y se sentaba frente al escritorio. Los guantes. Abrió el cajón de los superhéroes y sacó los guantes rojos y negros que su padre le había comprado un año para Carnaval y que él había salvado de la basura cuando su madre decidió que el disfraz le quedaba pequeño. Hacía poco había añadido el capuchón de un bolígrafo pegado con esparadrapo a la altura de la muñeca; le había quedado muy bien. Solo tenía que presionar y la telaraña saldría disparada, y él podría moverse por los edificios y tejados sin caerse.

No tardó en ver la línea amarilla bajo la rendija de la puerta. Y al escuchar el crujir de las escaleras bajo el peso del monstruo, se dijo: “Estoy preparado, Venom”. Sus ojos asustados se reflejaron en los de Spider-Man del cómic. “¡No lo hagas!”, gritó Spider-Man al sentir un escalofrío en la nuca. El niño cerró el cómic.

Un hedor invadió la habitación, pero el niño ya no estaba allí.