Cuanto todo termine
Y cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. ¡No! Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí quedará clara. Y es que la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella. Y ahí estriba el significado de la tormenta de arena.
Kafka en la orilla. Haruki Murakami
“O te paras o te paran” es una frase que solemos decir cuando vemos en nosotras mismas y en otros la necesidad de desacelerar, pero también la imposibilidad de hacerlo desde una reflexión consciente y una elección inteligente de poner límites, de decir no, de renunciar para seguir un camino más coherente, más sabio, más calmado y seguramente más feliz. Por desgracia son momentos en los que ocurre algo que te paraliza por un tiempo, en el mejor de los casos, y te da una segunda oportunidad para repensar aquello que estabas viviendo de manera casi automática, casi sin tiempo para vivir.
No obstante, muchas veces no hemos podido ver cambios drásticos en esas personas que tuvieron una segunda oportunidad, parece que una vez recuperados, nos subimos de nuevo al tranvía del mundo que gira, mejor dicho, que lo hacemos girar, a una velocidad que supera con creces la permitida por las normas de buena convivencia.
Pero esta vez el mundo se ha parado, nos ha parado. La naturaleza es sabia y tiene sus mecanismos para restablecer su equilibrio, volver a cierta homeostasis. El mundo se ha parado puesto que no parecía que nosotros, los humanos, estuviéramos dispuestos a parar a pesar de los múltiples avisos que íbamos recibiendo: el cambio climático, las enormes y crecientes desigualdades sociales, el individualismo feroz, la carrera por el éxito a toda costa. A costa de descuidar las relaciones personales, las familiares, con cada vez menos tiempo para criar a nuestros hijos/hijas, y por ende también con menos tiempo para cuidar de nuestros mayores, muchos de ellos en residencias que ahora sufren las consecuencias de una manera despiadada: deben pasar esta crisis en la más estricta soledad, sin la visita de sus seres queridos.
El Covid-19 viene a frenar esta carrera desenfrenada. El universo está en stand by, el planeta respira mientras muchos de sus habitantes mueren por falta de oxígeno. Es esta la paradoja: ¿tenemos que asfixiarnos para darnos cuenta de que estábamos asfixiando? Parece que sí, que los equilibrios se consiguen con pérdidas que son las que permiten después una regeneración más sana.
Estas pérdidas son, en primer lugar, las de nuestros seres queridos. Los estamos perdiendo, en muchos de los casos, sin la oportunidad de decirles adiós con un abrazo, cogiéndoles la mano, piel con piel. Es terriblemente cruel pensar que no les podemos acompañar en sus últimas horas, que no vamos a poderles proporcionar un funeral donde familiares, amigos y conocidos nos acompañen también a nosotros en esos duros momentos.
De la misma manera los bebés nacidos ahora tampoco pueden ser visitados, y a las mamás y papás se les priva de poder compartir su alegría con familiares y amigos.
Es curioso cómo la naturaleza se ha conjurado para recordarnos que tanto en el nacimiento como en la muerte estamos solos. Es cierto que más allá de esta situación excepcional, son actos que pueden estar acompañados y rodeados de gente, pero si nos atenemos al acto intrínseco, entenderemos que en ambos casos el único protagonista es aquel que nace o aquel que muere. Nadie puede hacerlo “con” nosotros, nadie puede hacerlo “por” nosotros.
Y ¿ por qué es bueno que se nos recuerde esto? Porque en el tránsito vital desde la cuna al lecho de muerte también estamos solos frente a nuestro deseo: nadie puede decidir por nosotros, nadie debería decidir por nosotros.
Por ello, en estas horas de confinamiento, algunos en soledad y otros en compañía, deberíamos reflexionar sobre cómo vamos a utilizar estas horas de descuento, de stand by, antes de volver a girar. Esta reflexión es única e intransferible, cada uno va a tener tiempo de pensar sobre qué estaba haciendo mal, sobre qué podría modificar y ser mejor persona. Es un tiempo que podemos utilizar para la introspección y el análisis personal. Da miedo, lo sé. No es fácil enfrentarse desnudo a uno mismo: sin excusas, sin problemas ajenos que nos condicionan, sin personas ajenas que nos limitan, etc.
Seguramente descubriremos cosas que no hacíamos bien, cosas de las que nos arrepentimos, de las que no nos sentimos orgullosos. Pero también vamos a descubrir cosas buenas, cosas que otros nos reflejan y por las que esos otros están a nuestro lado, nos llaman, se preocupan. Tenemos que ser capaces de valorar que si otros quieren estar cerca es porque aprecian cualidades que tenemos y les hacen felices.
Y desde esa plataforma de bienestar que otros nos proporcionan deberíamos afrontar nuestros defectos o lugares más oscuros, con el mejor ánimo de que vamos a ser capaces de cambiarlos, de dulcificarlos, de dominarlos.
En estos momentos extraños nos gustaría animaros a escribir vuestras reflexiones. El psicoanálisis es el lugar donde ponemos palabras a todos nuestros sentimientos y también el lugar donde detenemos nuestros pensamientos más ilógicos e irracionales.
Tal vez el acto de la escritura haga que esas palabras no se las lleve el viento, no caigan en saco roto, sino que queden plasmadas afuera de nosotros para su revisión posterior. Palabras que podrían sernos útiles una vez que esto pase y volvamos a girar y tal vez lo hagamos de nuevo a una velocidad peligrosa.
Ayer mismo hablábamos con una persona con la que nunca hubiéramos tenido una conversación profunda si no hubiera sido por el Covid-19. Ella nos decía que sí piensa y cree firmemente en que esta crisis nos va a cambiar de verdad. Nos dio esperanzas, nos gustó oírlo. Últimamente no se auguraba un futuro muy brillante a la humanidad, ni mucho menos a nuestro precioso planeta azul.
Por eso escribimos hoy haciendo nosotras el ejercicio que os proponemos: escribir una carta dirigida a nosotros mismos para abrir dentro de 8, 9, 10 meses (no sabemos cuándo va a finalizar esta pandemia). Una carta que nos recuerde que hay que parar, pararse, desacelerar cuando algo nos asfixia, porque ese algo puede matarnos y no darnos una segunda oportunidad. Una carta que nos recuerde, cuando todo termine, que hemos sido capaces de la máxima solidaridad, de una enorme capacidad de creatividad, de cuidarnos los unos a los otros utilizando excelentemente las tecnologías que antes nos aislaban y ahora nos conectan en el mejor de los sentidos.
Cuando todo termine no deberíamos olvidar que podemos ser capaces de vivir más unidos, sin tantas cosas materiales, más unidos en los abrazos y besos que ahora solo podemos enviar virtualmente. Estamos convencidas de que la humanidad no es una masa amorfa, sino que está formada por individuos conectados, por individualidades que pueden conectarse para bien o para mal. Si todos cambiamos algo en relación a cómo nos tratamos a nosotros mismos y tratamos a los demás y al planeta que habitamos, que es en definitiva nuestra única casa, seguramente todo el sufrimiento vivido en estos momentos, todas las dolorosas pérdidas de nuestros seres queridos habrán servido para regenerar el universo en un orden superior más sano, más seguro, más humano, cuando todo termine.
Fotógrafa: Pepa Be