Una lágrima resbala por la mejilla y desaparece. O cae al vacío y se desintegra. Laura no sabe dónde van a parar las lágrimas, solo sabe que cuando deja de notar su rastro húmedo necesita aliviar ese leve cosquilleo que queda en la piel.
-Gire la cabeza hacia la derecha y permanezca inmóvil. Respire tranquila. Eso es, muy bien. No se mueva hasta que la avisemos.
Es la primera sesión de radioterapia y la han dejado sola dentro del búnker, recostada sobre la mesa de tratamiento. Una especie de nave espacial, suspendida de un enorme brazo, sobrevuela su torso con movimientos rotatorios. Dos rayos láser rojos y finos cruzan el techo, y un tercero asciende por su pierna hasta el pecho izquierdo. Los tres confluyen en el punto exacto donde deberá posicionarse la nave. Y el culo de la nave se detiene a un palmo de su nariz.
Unos días atrás, Laura contemplaba el firmamento cargado de estrellas. Era una noche fría de verano y el cielo se desplegaba imponente sobre la cabaña que su hermano había alquilado en medio de la nada, porque ella le había dicho: Pablo, necesito alejarme de todo. Aquella noche, mientras buscaba la Vía Láctea, acurrucada bajo el edredón que habían extendido sobre la hierba, sintió que algo tiraba de ella con fuerza. Venía de allá arriba. “¿Y si fuera mamá?” Laura se levantó y corrió hacia la cabaña. Pablo la siguió en silencio arrastrando el edredón.
A un palmo de su nariz aparece un haz luminoso, un resplandor que anuncia que se han abierto las compuertas de la nave. Ella sabe quién va a salir. Desde que era una niña. “¿Te imaginas, Laura?” Y recuerda las noches de aquel verano angustioso en el bancal yermo del abuelo, sentada con la linterna entre las piernas. Esperando.
-El abuelo me ha dicho que aquí sí que puede aterrizar una nave espacial.
-¡Anda! Pero si es una peli, E.T. no existe.
-Lo dices porque te da miedo, pues vete. Yo le espero y cuando llegue le llevaré a la habitación de mamá para que le toque las tetas con el dedo luminoso.
-¿Sin avisarla? ¿Y si mamá no quiere?
Laura cierra los ojos y piensa que su hermano siempre ha sido un niño ingenuo. Quizás no fue una buena idea explicarle que mamá se había ido en la nave espacial, pero es que no se le ocurrió nada más para que dejara de llorar.
Título: La nave
Autora: Montse Freixas Rovira
Fotógrafa: Pepa Be