Ojalá, pero no me atrevo a girarme otra vez. No. Ya me lo decía Jorge que era demasiado miedosa para hacer este turno, “a ti te gustan los mediodías, contar las nubes, las gafas de sol”. Y hoy, como si no tuviera bastante con los frikis que hurgan en las estanterías hasta el último segundo antes de cerrar, mientras colocaba los volúmenes de historia he mirado un par de veces tras de mí. No me he asustado porque no había nadie.
En cambio ahora, parece que la presencia es casi corpórea y que si me paro aquí en medio de la calle se me echará encima. Así que sigue caminando, Marta, tú no crees ni en vampiros ni en almas atormentadas, ¿verdad? Y cuando llegues a la panadería entra, cómprate una ensaimada y aprovecha para echar una ojeada a tu alrededor.
En realidad, no sé porque me inquieto si yo nunca he tenido miedo, ni he sido asustadiza, pero como él me lo ha pintado tan negro: que si no son horas de volver; que vigiles, que vas demasiado mona; que por lo que te pagan no hay que sufrir tanto.
Y, encima, cuando le pregunto por qué sufre, se enfada y me dice que no hago ningún esfuerzo para comprenderle. No sé qué más quiere que haga, yo ya estoy terminando la carrera, y gracias a los colegas de la uni que él detesta estoy currando. Debería estar contento. En fin, Ana siempre me ha dicho que es un colgado que conmigo se las da de “machito”. Simpático, eso sí.
Porque ella no sabe el número que me montó el primer día en el trabajo. Nadie lo sabe. Qué vergüenza. Claro que me juró que no volvería a pasar pero no sé si creerle.
Según él, que esté celoso es una prueba de que me quiere. Anda ya. Le debería haber respondido pues respétame si quieres demostrar que me quieres, pero siempre callo para evitar espectáculos mayores. El pobre Luis flipaba. Y yo también, la verdad, no lo había visto nunca tan fuera de sus casillas. Menos mal que Luís es buen tío.
Esta mañana, cuando me ha dicho que si necesitaba alguna cosa podía contar con él, he sospechado que tal vez se refería al mal rollo del otro día. Pero no se lo he preguntado. Con los compañeros de trabajo es mejor no hacer confidencias, que luego todo se tergiversa y, como dice Jorge, otro día lo pueden utilizar en tu contra.
Uf, que ridícula me siento vigilando a mi alrededor como si fuera una paranoica. Mira la panadera, también hace el último turno y parece muy tranquila. Ya te digo yo que al final, por hacerle caso, lo único que consigo es fastidiarme cuando está clarísimo que el paranoico es él, que me ha metido el miedo en el cuerpo y así voy, notando presencias por todas partes.
Título: Sólo es una presencia
Autora: Montse Freixas Rovira