SER MUJER. La misoginia en la campaña electoral estadounidense
Quien aquí escribe miraba el debate presidencial en Estados Unidos. Como tantos millones frente a la pantalla del que fue el debate de más alto rating en la historia. Allí estaban Hillary Clinton y Donald Trump, decidiendo una elección como ninguna otra antes. Una elección que pone en juego el futuro de varias generaciones, se dice, y en el planeta entero.
Sin embargo, a partir de cierto momento fue todo incomodidad, algo así como presenciar un espectáculo vergonzante. Era ver la humillación de otra persona, ser testigo de una realidad tan cruda que quien aquí escribe prefería no mirar.
Ni escuchar. Trump interrumpía a Hillary Clinton constantemente. “Hablaba encima de ella”, deliberada traducción literal del inglés, y subía el volumen de su voz en esas situaciones. Reiteradamente, además, no se refería a la candidata rival por nombre, sino por “ella”. Ella hizo, ella dijo, ella mintió, siempre en tono despreciativo.
Quien aquí escribe, un hombre irritado, se preguntaba por qué Hillary Clinton no le dijo que se callara, así como una vez el rey Juan Carlos se lo dijo a Chávez, y que esperara su turno. O un, “ya, deja de interrumpirme de una vez”. El moderador apenas tuvo la tibia intención de hacerlo, sin éxito. Y el desorden se convirtió en la gramática del debate.
Quien miraba junto a quien aquí escribe, una mujer, se sorprendió ante tanta indignación. “Así es ser mujer en este mundo de hombres. En una profesión, en la política, o donde sea: ser interrumpida por un hombre es la normalidad”. Enmudecido inicialmente, luego esbocé un “pero si es Hillary Clinton y en una sociedad tan avanzada”, al menos eso dicen, “¿por qué no lo pone en su lugar?”.
Una mujer sonríe, tal como hace Hillary ahora mismo. Si replica, confirma los mismos temores que genera en una buena parte del electorado masculino
“Porque una mujer sonríe”, fue la respuesta que escuché, “sonríe siempre, tal como hace Hillary ahora mismo, para evitar que el hombre se enoje aún más”. “Y en su caso, si replica confirma los mismos temores que genera en una buena parte del electorado masculino”. La recompensa electoral a la debilidad. La candidata es mujer.
Toda la literatura sobre feminismo leída, que no fue mucha pero suficiente para escribir “La promesa del feminismo” publicada aquí mismo, perdió significado en ese instante. Siempre había pensado al feminismo en positivo—un gran empoderador, pero de toda la sociedad—y en sentido prospectivo—un vehículo para profundizar y ampliar la ciudadanía democrática, que es de todos. Jamás había pensado al feminismo como la agenda de una identidad victimizada ex ante y como tal: por ser mujer.
Pero Trump se ocupó de explicármelo como nadie. Es que cuando Hillary Clinton le reprochó su misoginia y le recordó a Alicia Machado, pues él confirmó la acusación con absoluta naturalidad. Aquella Miss Universo estaba gorda, o sea que el maltrato era cierto y tenia justificación. Y para no dejar dudas, también recordó su animadversión hacia Rosie O’Donnell, quien no había sido nombrada hasta ese momento.
Según Trump, “nadie estuvo en desacuerdo”, textual, con aquellos insultos a la actriz. Resulta que la misoginia es hegemónica, al menos según Trump. Es decir, es el orden natural de las cosas. Y probablemente lo sea. Porque si Hillary Clinton, que aparece todos los años en los rankings de las mujeres más poderosas del mundo, tuvo que aceptar el maltrato, ¿qué le espera a una mujer de a pie, una mujer sin influencia, recursos, ni apellido?
A los pocos días los medios informaron que fueron un total de 55 interrupciones; Alicia Machado fue celebridad otra vez; y Trump continuó con su embate en un sinfín de tweets y declaraciones a la prensa. Los expertos en relaciones de género tuvieron sus quince minutos, ni qué hablar los lingüistas, y esta enloquecida elección continúa.
A todas las divisiones y fracturas que han caracterizado esta campaña electoral—los inmigrantes, los musulmanes, los europeos, los chinos, los mexicanos—ahora Trump agrega otra: las mujeres excedidas de peso. Quien aquí escribe piensa que esta nueva división debería definir la elección de por sí. En otras palabras, si la mitad del electorado, las mujeres, expresan en las urnas su reacción ante lo que escucharon y leyeron, la elección del 8 de noviembre está resuelta.
No tan pronto. “Ocurre que el machismo no es solo cosa de hombres”, me recuerda quien miraba el debate conmigo, “también lo reproducen las mujeres”. De hecho, las encuestas desde esa noche no muestran una significativa diferencia en favor de Hillary Clinton. Es el orden natural de las cosas, la hegemonía en estado puro.
Publicado por Héctor E. Shamis en El País