¡YA ESTOY MUCHO MEJOR! ¡LO VOY A DEJAR!
Esta frase la escuchamos con bastante frecuencia en la consulta cuando apenas han pasado unas pocas sesiones desde el inicio del proceso terapéutico.
Una vez superada la primera dificultad y demanda de visita, resulta que el hecho de empezar la terapia produce fácilmente una suerte de contención y alivio.
En otras ocasiones se necesita más tiempo para experimentar esta sensación y entonces aparece un desánimo o la creencia de que “no me está ayudando”, “no sirve para nada” o “no es para mí”.
También resulta dificultoso cuando el interesado no puede costearse la terapia y tiene que recurrir a la ayuda de sus familiares. El paciente tiene tentaciones de abandonar o dilatar sus sesiones.
Es importante tener presente que cada proceso terapéutico es distinto, no es posible aventurar cómo va a ser, cuánto tiempo va a durar y qué circunstancias van a aparecer.
Lo que sabemos con seguridad es que se necesita paciencia para atravesar las cimas y valles que constituyen una terapia. No es un proceso lineal y eso no siempre es fácil de llevar, aunque es un recorrido que en algún momento se empieza a disfrutar, a pesar de que haya momentos duros.
Es un camino que no tiene vuelta atrás y que nos lleva a un mejor vivir, a una aceptación de las situaciones y a una fuerza interior para seguir en la vida como cada uno decida vivirla, a pesar de las contrariedades que se puedan ir presentando.
Nosotros, los profesionales, ponemos todo nuestro entusiasmo, consciencia y cariño para que resulte lo mejor posible. Es una profesión absolutamente vocacional, en la que apreciamos y vemos a nuestros pacientes con toda su potencialidad y posibilidades, a pesar del cúmulo de sufrimiento y dificultades con los que llegan a la consulta.
Fotógrafa: Pepa Be