Madres e hijas
La relación entre madres e hijas es una relación especial, muy especial. Unas veces de amor inmenso, otras de enfado inmenso. Sin duda, ambos, amor y enfado, son necesarios para crecer.
A veces las hijas tenemos casi que empujar a las madres par despegarnos y hacer una configuración propia y no una copia casi exacta de ellas.
En el orden natural, las madres hacen de madres: nos aman, cuidan, protegen, animan. Pero otras veces parece que este orden cambia y se exige a las hijas un papel que no les corresponde: el de amigas, madres, confidentes, depositarias de secretos, contenedoras de sus ansiedades etc.
Las hijas quieren complacer a sus madres, quieren ser queridas y ejercen de “buenas hijas” intentando compensar y salvar a sus madres de todo aquello que no tiene nada que ver con ellas.
A menudo, muchas hijas son educadas para ser las cuidadoras de la familia, ya sea como enfermeras, confesoras o directoras de la orquesta familiar. En este empeño dejan parte de su vida, viviendo como propia la insatisfacción materna.
Hay que mencionar, además, las cuestiones familiares ocultas y negadas que impiden vivir libremente y se convierten en síntomas físicos, manifestándose como patologías aparentemente médicas.
La niña de nuestro relato cerraba la boca, como le decía su madre, y también los ojos. No podía hablar ni quería mirar, sin embargo, lo escuchaba todo, lo que decían y lo que no decían. Y ello supone una gran carga para una niña que lo único que pretende es ayudar a su madre.
El caso de nuestras protagonistas lo vemos diariamente en la consulta. Hay un momento en que deciden “dar la luz” y airear todos esos silencios y secretos en la terapia para poder vivir respirando libremente.
Otro día, hablaremos de las madres que permiten crecer y soñar a sus hijas.
Este artículo está relacionado con el relato: “Laura, hija mia“