El duelo
Toda pérdida, por pequeña que sea, implica un duelo. Cuando esto ocurre, nuestro mundo personal se ve desafiado por la ausencia.
Muchas veces son pérdidas que tienen que ver con el trabajo, estatus, vivienda, etc. Forman parte de nuestra experiencia y aunque no nos demos cuenta también cursan como un duelo.
El duelo tiene su máximo exponente en la muerte, que al ser claramente irreversible nos confunde y nos entristece de una forma especial, quizás porque nos cuesta creer en nuestra propia finitud.
Durante el proceso de duelo (sea por el motivo que sea), nos vemos obligados a reconstruir una “nueva normalidad” a veces con mucha urgencia, empujados por las personas que nos rodean y nos dicen “la vida sigue.”
Y claro que sigue, pero a nuestro ritmo, el de cada uno. El duelo es un proceso personal, íntimo y está unido a nuestra forma de entendernos y de entender el mundo. No podemos compararnos con la situación de nadie, aunque escuchemos “pues Fulanito lo llevó muy bien, se recuperó rápido.” ¿Qué significa rápido o lento en los procesos personales?
Aunque conozcamos las fases del duelo: Negación, Tristeza, Enfado, Culpa, Soledad, Reorganización, Aceptación, cada duelo cursa de una forma distinta, alternándose las etapas según sea cada persona, y por ello debemos vivirlo a nuestra manera, como hacemos con las otras situaciones que nos ocurren en la vida. En realidad, todos los duelos, sin excepción, son duros y difíciles.
Cuando alguien fallece solemos pensar que “se han llevado algo nuestro.” Este pensamiento genera un dolor que atraviesa el tiempo: nos duele el pasado, el presente y el futuro. Por eso nos reconfortará pensar que el que fallece deja aspectos suyos para recordar y apreciar, que podemos incorporar a nuestra vida.
Delante de la desaparición de un ser querido aparecen sensaciones físicas como vacío en el estómago, opresión en el pecho, falta de aire, debilidad, poca energía. Asimismo, pueden aparecer miedos a lo desconocido, al cambio, a divertirse, a olvidar, al dolor, al juicio de los demás.
También pueden darse trastornos del sueño, alimentarios, retraimiento social y otros que tendremos que revisar y mirar con cuidado y afecto hacia nosotros mismos.
A través de un proceso terapéutico podremos elaborar todas esas sensaciones físicas y reconocer y aceptar los sentimientos de rabia, tristeza, culpa, miedo, etc. que generan las ausencias. Podremos darles curso y atravesar ese periodo de una forma más serena y adecuada para que no se cronifique.
Un proceso terapéutico nos ayudará a finalizar el periodo de duelo con agradecimiento por lo que fue, y apertura y optimismo para lo que vendrá, viviendo el mejor presente posible.
Quiero finalizar con una hermosa frase de J. Lacan:
“Uno solo llora a aquellos gracias a quien es”
Este artículo está relacionado con el cuento: “El niño y el duendecillo que quería ver el mar” y “Azul turquesa“.